Hay una manera bastante débil de mirar el mundo, quizá derrotista o incluso, si usted desea, indiferente. Esta manera es la de ver el mundo suceder desde una perspectiva lejana, lineal y continua en un sinfín de eventos inseparables entre sí y, meramente, observables.
La realidad es que en un día cualquiera, al más cualquiera de los mortales, le suceden pequeñas cosas y éste, a su vez, le sucede, también, a estas cosas. Desde abrir los ojos al despertar, tomar café, caminar por una calle, mirar el cielo, todas esas cosas que están sucediendo, le suceden a usted, a mí y a todos los demás, y nosotros, a sí mismo, le sucedemos a ellas. No son, ninguna de ellas, lejanas a nosotros, separadas a nosotros, son todas ellas parte de nosotros tanto como nosotros somos parte de ellas. Y yendo un poco más allá podemos advertir, solapadamente, que si somos parte de lo mismo, entonces podemos cambiarlas, transformarlas. Pero para esto se requiere valentía, se requiere encarar cada uno de estos eventos minúsculos que terminan formando un gran evento llamado momento, rato, hora, día, semana, etc. Es, quizá, una de las cuestiones que más valentía requiere en esta vida: encararla vida con la responsabilidad de entender que depende de mí.