Un día decidí que era hora de publicar lo que había escrito, algunos poemas de hace muchos años atrás, otro no tanto y otros nuevos, y aunque, en el pasado me habían rechazado muchas veces, -muchas veces -, este intento lo veía con mucho optimismo. Debo decirles que me rechazaron, otra vez, varias veces. Pero ese no es punto.
Luego, me encontré con el publicador de Amazon (https://kdp.amazon.com/es_ES/) y una opción realmente maravillosa, la Autopublicación. Es bastante sencillo para ser un tema bastante complejo, hay que investigar en paralelo y dedicarle cierta cantidad de tiempo (aproximadamente 20 horas, en mi caso) para no perder el tiempo, sin embargo, debo admitir, la guía de Amazon es sumamente útil. En fin, lo publiqué, y en ese momento me di cuenta que Amazon tiene más de 8 millones de títulos publicados a la velocidad de un clic y, pues, me sorprendí un poco. Ahora vino lo realmente difícil: vender. Aparte de familia y amigos no creo que alguien más haya comprado mi libro; dejando de lado si mi libro es bueno o malo, algo que jamás se me ocurrió fue qué hacer después de publicar, cómo venderlo o promocionarlo; yo realmente pensé, visualicé, a personas entrando a las librerías, caminando livianamente hacia el área de poesía y mirando fijamente un nuevo título, de un autor desconocido, tomarían el libro y al ojearlo por escasos minutos, lo llevarían con todo aplomo y apuro a la caja teniendo la certeza de haber encontrado un tesoro. No, no pasó así. Las pocas librerías a las que fui a dejar los libros impresos me dijeron que no tenían espacio. Así que nadie lo compró. No obstante, ese no es el asunto de importancia. Lo importante es que siempre habrá la duda, ¿no lo compraron porque no era bueno o porque no lo vieron? – no es realmente una cuestión que me interese, pero pensé que era relevante remarcar la cuestión en sí –
El mercado literario es abrumante, la cantidad de títulos es abrumante, la cantidad de escritores, escritores fantasmas y, ahora, escritores de IA es, brutalmente, abrumante. No creo que logremos dimensionar que tan abrumante es el mundo literario después que sale de nuestras manos -como si eso no fuera suficiente-. Por lo que no puedo evitar pensar en todos esos libros que mueren antes de haber nacido, todos esos escritores que sucumben ante la oscuridad de la noche porque la luz de la madrugada no llega jamás. Y me embarga la nostalgia.
El camino de escribir es uno muy distinto al de publicar. Escribir es un camino en sí, no requiere más o menos, es un proceso completo, es un proceso que crea, que permite evolucionar, sanar y liberar, que permite al ser humano desplegarse en todos los seres que puede ser, que es. Escribir es magia, es el lado oscuro de la luna. Publicar, por otro lado, es la ventana por donde se vislumbra la infinidad de lo que escribir es pero no es lo que es ni quien la ve; es la acción de iluminar pero no es la luz que ilumina ni el objeto iluminado; no es nada por sí misma, no es real por sí misma. Es la ilusión, la fantasía, el éxtasis de aquello que ha cautivado al hombre/mujer por cientos y miles de años: fama y poder.
Uno de esos caminos es un camino en sí mismo, el otro una extensión del anterior. Ninguno es bueno o malo, ambos pueden ser tan satisfactorios como frustrantes. Puede que el fin último sea de lo que todo dependa o lo que realmente importe. Eso es cosa de cada cual.
Lo único que me queda a mí por preguntarme es: ¿para qué escribo? ¿para qué publico?
Aunque la primera pregunta es tan sencilla que es casi imposible de contestar -podría decirte con total naturalidad que «porque sí»-, la segunda es igual de imposible, pero por todo lo contrario, es muy entramado.
En fin, ambos son caminos para ser caminados, haz lo que lo que tengas que hacer y siempre recuerda lo que dicen por ahí, que si al mar le faltara aunque sea una sola gota, no estaría completo.